16 Oct PERMISIVIDAD O RIGOR EN LA EDUCACIÓN INFANTIL
EDUCACIÓN INFANTIL
Sin entrar en la influencia genética de los rasgos de personalidad y sin poner en duda o abogar por ella, lo que es cierto es que la influencia en el tipo de aprendizaje con que se desarrolle la vida de una persona va a influir notablemente en su capacidad de enfrentarse en un futuro a los problemas de la vida cotidiana.
Como decía el célebre Allen Carr, los problemas de la vida van en aumento conforme cumplimos años, quizás el niño esté sometido al estrés del aprendizaje rápido, andar, hablar, explorar su entorno, etc, pero lejos de resultarle lesivo, le resulta placentero conforme lo asume progresivamente como un reto cotidiano. Es a estas edades cuando nos encontramos con el dilema de la mayoría de los padres, ¿educación rigurosa o permisiva?. Es cierto que va a tener una influencia fundamental su propio tipo de aprendizaje, como a él o a ella les educaron sus padres, los abuelos, y es tan importante porque se estima que la influencia intrafamiliar, en el seno intimo de la familia, forma el 65% del legado educativo del niño aderezado con un 35% de influencia extrafamiliar, colegio, amigos, grupo social, lugar de residencia, todo esto unido, va a influir en el arsenal normativo y dogmático del individuo.
La sociedad occidental en la que vivimos, en supuesto estado de bienestar, tiende a proteger cada vez más a sus miembros, a dotarles de más comodidad. Para nuestros hijos el alimento y el cobijo del hogar se consideran asegurados de por sí, no llegan a plantearse el dilema de generaciones anteriores que emigraban en la adolescencia desde las áreas rurales a las grandes urbes con apenas los mínimos recursos de subsistencia para unos días y la supuesta garantía de algún familiar más o menos cercano de que se responsabilizaría de la atención que tuviera a bien prestarle.
Es importante conocer el concepto de resiliencia, la capacidad del sujeto para enfrentarse a los problemas que le van surgiendo en la vida. Nos sobrecogen los relatos del abuelo contándonos sus peripecias de cuanto era apenas un niño y que por necesidades de la vida, que en aquel momento eran simplemente comer y vivir, tuvo que dejar atrás su infancia en el campo en el seno del núcleo familiar para poder buscarse la vida en la ciudad. Ese aprendizaje en el sufrimiento, era treméndamente duro, pero sin embargo, le servía para afrontar problemas que hoy en día nos resultarían infranqueables, es básicamente, acostumbrar a nuestro organismo a la ansiedad que le produce la incertidumbre de no saber cómo resolver, entrenarle en capacidad de pasarlo mal, en definitiva el exponernos a lo que nos acongoja.
De otra parte, nuestro concepto de crecimiento personal nos lleva a plantearnos la pregunta de :“¿por qué mi hijo lo tiene que pasar mal si yo puedo evitárselo…?”. Es verdad, es un planteamiento lógico, pero la conducta como siempre he dicho, no tiene por qué atender a la lógica, y lo lógico es que nuestro pensamiento sea de sobreprotección. También entra en juego una cierta conciencia grupal, no podemos educar a nuestros hijos a contracorriente, no podemos hacerlo diferente del resto de niños, niños que juegan a la wii, viajan a Disneylandia, usan el móvil para hablar con los amigos de las vacaciones y pasan parte del tiempo con la consola, no podemos permitirnos el lujo de que el grupo le aisle, le separe, le considere extraño ó anormal.
Pero esta ambigüedad conlleva un problema emergente, la falta de pericia para enfrentarse a las adversidades que le puedan surgir, la falta de entrenamiento en resiliencia (capacidad para enfrentar un problema), la ansiedad que provoca un contratiempo lo convierte en un muro prácticamente infranqueable. Hemos de tener en cuenta, que para una persona un evento negativo va a magnificarse o va a resultar liviano, entre otras cosas, en base a las características personales para abordarlo. Esa experiencia de la vida que nos proporciona el temple de los más mayores para poder resolver cuestiones con cierta seguridad no es más que el aprendizaje progresivo a través de habernos enfrentado a situaciones incluso más lesivas, el entrenamiento frente a la adversidad.
Bien, ese aprendizaje por el que han pasado los que han vivido más es lo que les proporciona seguridad, lo que les permite manejar los problemas con menos ansiedad, controlándola; y eso es precisamente lo que se puede aprender, la capacidad de enfrentarse, el entrenar al organismo a enfrentarse; todo es cuestión de plasticidad neural.
Nuestro cerebro aprende muy rápido a adaptarse a las condiciones, si creamos el hábito de estudiar dos horas diarias, al principio será desagradable pero conforme nos acostumbremos será algo simplemente cotidiano, si estamos durante unas semanas comiendo poco, decimos figuradamente que nuestro estomago ha encogido y no es así, lo que ha pasado es que nuestro organismo se ha habituado, es una característica esencial en nuestra existencia a lo largo del tiempo, si no fuera por esa capacidad de adaptación ya nos habríamos extinguido; pues bien, ahí está el punto de inflexión, si privamos al niño de ese aprendizaje en adversidad cuando sea mayor no contará con las habilidades suficientes para enfrentarse a las cosas, a la frustración de no poder acceder a la vivienda, de no ser correspondidos en el amor, que las cosas no sean como nosotros queramos o no poder disfrutar del magnífico arsenal de lujos que la sociedad occidental nos puede aportar, además, convirtiéndolos en artículos necesarios, simplemente por poner un ejemplo cotidiano. Por tanto, efectivamente, no podemos excluirlo de la corriente social del lujo y el placer que proporciona el estado de bienestar a expensas de convertirlo en un “friqui” pero tampoco le hacemos ningún favor resolviéndole los problemas que va teniendo y que a la larga le van a privar del entrenamiento para enfrentarse a situaciones negativas, en definitiva del entrenamiento en resiliencia. No exageremos, no vamos a hacer que el niño se duche cada día con agua fría o someterlo a sesiones de vigilia o privarlo de alimento, pero hacer que resuelva sus propios problemas, que se entrene, puede formar parte de su arsenal de conocimiento para enfrentarse a situaciones.
Como en todos los casos, si buscamos la idoneidad tenemos que aceptar un punto intermedio, ni excesivo rigor que convertirá nuestras exigencias cuando es niño en sus propias exigencias cuando sea adulto, ni resolverle todos los problemas que le vayan surgiendo porque en el futuro se convertirán en barreras excesivamente altas frente a las que el individuo no cuenta con el conocimiento que le aporta el haberlas superado antes.
Juan Manuel García Martin
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